miércoles, 7 de mayo de 2014

EL DESEO DE MANUELA

EL DESEO DE MANUELA




- Deseo… que Carlos se ponga bueno y que este año tengamos una buena cosecha.-Dijo Manuela arrojando una piedra al pozo que había al lado del molino. Como no tenía dinero, lanzaba piedrecitas o conchas que encontraba en la playa y a ella le parecían bonitas.

Manuela era una niña muy responsable que vivía en un humilde cortijo de los que rodean el pueblo de Adra. Ella vivía con su padre y su hermano pequeño Carlos. El padre de Manuela, Paco, vivía de un pequeño campo en el que cultivaba cereal. La única ayuda con la que contaba era la de su hija Manuela, pues su mujer había fallecido años atrás y su hijo Carlos estaba enfermo y no podía caminar sin ayuda.


Cuando llegaba la época de la cosecha, Paco cargaba un viejo borrico con el trigo que cada día recolectaba y era Manuela la encargada de llevarlo al molino. Juan que era el molinero, le compraba el trigo o se lo cambiaba por harina (según necesitaran). Sin embargo, a pesar del mucho dinero que poseía, Juan era un hombre avaro y siempre se aprovechaba de todo aquel que iba a su molino.

- Esto no puede seguir así, ¡Cada día nos da menos a cambio del trigo! Dijo el padre de Manuela al ver lo que traía la niña al regresar del molino. Ese hombre no comprende que con esto no tenemos para vivir… nos matará de hambre como no hagamos algo. Pues vamos a hablar con él –dijo el señor Bartolomé, que andaba por allí.

- ¡Eso! Yo también voy, que yo también tengo familia que alimentar y con la miseria que nos da no tenemos –se unió Antonio, otro vecino.

- ¡Y yo! Esto se tiene que arreglar – protestó otro hombre que los había escuchado.

Al final, se juntaron un grupo de labradores indignados y fueron dispuestos a pedirle cuentas a Juan el molinero.

Cuando llegaron a la puerta del molino, salió a recibirlos Juan y Felipe, el mayor de sus tres hijos.

- Nosotros no venimos a faltarle el respeto, señor Juan, pero mis vecinos y yo creemos que no es justo lo que nos da por la molienda del grano y queremos que nos de algo más porque con esto no podemos vivir, nos tiene en la miseria –terminó diciendo Paco, el padre de Manuela.

- Comprendo lo que estáis pidiendo, pero no voy a dar ni un solo puñado más de harina. Este es mi molino y yo digo como se hacen las cosas. Al que no le interese que se busque otro - replicó Juan sin hacerles mucho caso.-Vosotros no vais a decirme como tengo que ganar dinero. –Ya se iba a retirar cuando…

-¡Padre! Yo creo que tendría que hacer algo para ayudar a esta gente. –Intervino su hijo Felipe.

Juan se volvió y le estalló a Felipe un bofetón en toda la cara.

- ¡Haz el favor de hablarme con respeto y no meterte en lo que no te llaman! –Le gritó.

- ¡Yo soy tú padre y tú tienes que obedecerme!

- Pero… señor…- Dijo Bartolomé, antes de que el molinero se marchara por donde había venido. – Muchos de nosotros estamos pensando en subir con la cosecha a Berja, pues por lo que hemos oído, el molinero de allí es bastante justo.

-¡Haced lo que os plazca! Pero los que no tengáis bestias no podréis ir a ningún lado. –Dijo y, con una sonrisa de desprecio, se marchó seguido de su hijo Felipe.

Llegaron a sus casas y cuando Manuela vio a su padre le preguntó qué había sucedido, aunque ya se lo imaginaba al ver la cara de preocupación que este traía.

- ¡Padre! Decidme, ¿Qué ha pasado?, ¿Se ha arreglado algo?

- Manuela, hija… ¡Ese sinvergüenza no piensa hacer nada por nosotros!

- Oh vaya, pensaba que las cosas se iban a arreglar…

- Bueno, algunos vecinos han decidido que irán a Berja a moler su trigo.

- ¡Pero padre! ¿Nosotros que haremos?

Después de esto, ninguno dijo palabra y se pusieron a comer el puchero que Manuela había preparado para su hermano y su padre.

A la mañana siguiente, cuando venía del campo, Manuela encontró una piedrecita en el río con forma extraña y pensó que iría a lanzarla a su pozo de los deseos (el que estaba junto al molino) y de paso llenaría agua para su casa.

Cuando llegó, arrojó la piedra y esperó a escuchar el ruido de esta al caer contra el agua, antes de pedir el deseo de siempre.

-Deseo…que Carlos se ponga bueno y que este año tengamos una buena cosecha.


-¿Quién es Carlos? –Le sobresaltó una voz detrás de ella.

-¡Aaaah! ¡Vaya susto! ¿Quién demonios eres tú? –Le gritó Manuela.

-Me llamo Felipe. Soy el hijo del molinero. –Respondió él.

-Oh, perdóname. Yo soy Manuela y siento haberte hablado así, pero me habías asustado.

-No pasa nada. Es mi padre al que no le gusta que le hablen así, a mí no me importa. De todas formas, quiero que sepas que yo no pienso como él, yo creo que no es justo lo que hace con vosotros y todo esto cambiará cuando yo herede el molino, ¡Ya lo verás!

-Si, te creo. Pareces buena persona y confío en ti.

-¿Quieres que te ayude a llevar el agua y así luego podemos dar un paseo?

-¡Vale! –Dijo ella, y así lo hicieron.

Los dos llevaron el agua a su casa y sacaron a Carlos a dar un paseo, pero este no duro mucho rato, ya que, de repente aparecieron unos nubarrones gigantescos que llenaron el cielo de un color ennegrecido y los niños se fueron a sus casas a refugiarse de la tormenta que se avecinaba. Felipe tuvo que refugiarse en el molino porque su casa estaba más lejos y ya estaba diluviando.

Llovió toda la noche como si el cielo se hubiese roto y los rayos estallaban sin parar como espadas de fuego. ¡Aquello parecía el fin del mundo!

Esa noche nadie durmió en toda la zona.

A la mañana siguiente ya no llovía y todos salieron a ver los destrozos que había dejado la tormenta.

Las cosechas estaban arrasadas y los hombres intentaban salvar lo poco que había quedado. Todos estaban apenados al ver como habían quedado los campos.

-¿Os habéis enterado de lo del molino? –Llegó Bartolomé gritando. Creo que se lo ha llevado la riada.

Manuela al oír esto, fue corriendo hasta allí para ver que había pasado con Felipe.

Cuando llegó, pudo ver el destrozo que había causado la tormenta. Todo eran ladrillos rotos y escombros.

Buscó por todos lados a Felipe, pero no encontró a nadie y decidió irse a su casa.

Cuando llegó, su padre y su hermano Carlos ya se habían enterado de lo sucedido con el molino.

-¡Madre mía!, ¿Os imagináis que hubiésemos vivido cerca del río? Ahora mismo no tendríamos nada. Aunque la cosecha ha quedado destrozada, algo podremos salvar.

En ese momento tocaron a la puerta de la casa y abrió el padre.

Era Juan el molinero. Casi no podía hablar, se le notaba el dolor y la pena en la cara.

-Vengo a suplicaros vuestra ayuda. Se que no me he portado bien con vosotros, pero mi hijo Felipe ha desaparecido, no lo encontramos por ningún lado y creemos que se lo ha llevado la riada porque estaba refugiado en el molino. Juan apenas podía hablar, y entre sollozos y lágrimas seguía pidiendo ayuda.

-Señor, yo…lo siento muchísimo. Yo tengo dos hijos y si les pasara algo…-dijo el padre de Manuela con la voz entrecortada y bastante emocionada. 

Manuela intentaba aguantarse las lágrimas pero no podía, no podía creer lo que estaba sucediendo.

-Señor Juan… nos hemos enterado de lo sucedido y queremos que sepa que puede contar con nosotros para buscar a su hijo.-Dijeron todos los vecinos que allí se encontraban.

Dejaron de rescatar lo que quedaba de la cosecha y de inmediato se pusieron a buscar a Felipe.

Buscaremos por la costa, por los campos de cultivo y por todos los alrededores hasta que aparezca el niño.

Juan se deshacía en lágrimas cuando vio como habían reaccionado los vecinos.



Felipe abrió muy despacio los ojos. ¿Dónde estaba? Todo a su alrededor era barro, trozos de troncos y escombros. Se miró, estaba cubierto de barro, no tenía zapatos y su ropa estaba destrozada. ¿Qué había pasado? Intentó incorporarse, pero, sólo con mover el hombro notó un fuerte dolor y fue entonces cuando descubrió la herida.

-¿Cómo me he hecho esto? –Se dijo. -¡Auxilio! –Gritó, y empezó a recordar. Estaba refugiado en la parte alta del molino cuando una especie de gigantesca ola entró y arrasó todo lo que allí había y él salió nadando y agarrándose a todo lo que podía. Cerró los ojos muy fuerte y aguantó la respiración. De pronto, algo le dio fuerte en el hombro y empezó a flotar y a ir de un lado para otro. Sentía que se mareaba, que se quedaba sin sus zapatos y que poco a poco perdía el conocimiento.


Su último pensamiento fue Manuela.

Mas tarde oyó los ladridos de un perro.

-¡Hola estoy aquí! –gritó. Y al poco, un hombre le estaba ayudando a levantarse y lo llevaba camino de su casa junto a sus padres.

Cuando sus padres lo vieron de nuevo, lloraban y reían a la vez por la emoción y la alegría de tener otra vez a su hijo entre ellos.

Manuela también estaba muy contenta al ver que Felipe se había salvado.

Juan el molinero recapacitó sobre lo sucedido y se dio cuenta de que lo importante en la vida no es el dinero sino la familia y la amistad.

Habló con todos sus vecinos y les propuso reconstruir el molino y que éste estuviera al servicio de los labradores y no para enriquecerse.



Todos aceptaron el trato y en poco tiempo levantaron de nuevo el molino. Esta vez se construyó en el Pago del Lugar, mas resguardado del río, y es por eso que se le conoció con el nombre de EL MOLINO DEL LUGAR.

PIEL TRANSLÚCIDA, PIEL SONROSADA

  
PIEL TRANSLÚCIDA, PIEL SONROSADA

 
Lucas había sido un fantasma desde siempre, nació fantasma, es decir, que nunca había estado vivo y no sabía lo que sería la convivencia entre seres vivos y fantasmas.
Según le habían enseñado en su pueblo, los seres vivos eran terribles, no podían flotar, contaminaban el mundo y tenían que estar respirando todo el tiempo,… ¡Algo agotador!
Lucas vivía en un pueblo que, tiempos atrás los vivos abandonaron. Tenía poquitas casas, y, cerca del pueblo había una playa con acantilados a la que a Lucas le gustaba ir.
El vivía con sus padres, también fantasmas, y su pequeño ratón-fantasma el Señor Bigotes.
Lucas tenía 128 años y eso para un fantasma era ser bastante joven e inexperto, por eso, llegada a la edad de 129,todo fantasma debía  marchar de casa un año para alcanzar su madurez,  recorriendo el mundo y descubriendo nuevos pueblos abandonados y superar miedos. De esta forma se convertirían en fantasmas hechos y derechos.
Este viaje lo tenía que emprender nuestro pequeño fantasma al día siguiente, ya que era su 129 cumpleaños. Todos parecían estar contentos, todos menos él. Hacerse a la idea de que estaría sólo le sentaba como un tiro en el pecho. ¿A dónde iría?, y una vez sólo, ¿Qué haría?
Se sentó en la arena de la playa y contempló como las olas llegaban y le iban mojando su cuerpo transparente hasta que se durmió. Los gritos de los demás fantasmas lo despertaron. Lo estaban buscando.
-Aquí estoy mamá, aquí estoy. –Dijo.
-¿Dónde estabas?, ¡No viniste a casa a dormir! Bueno… da igual, corre, todos los vecinos quieren despedirse de ti. –Dijo su madre histérica.
Lucas salió a la plaza donde muchos niños y adultos le deseaban suerte y le hacían regalos como una cantimplora, mochila, un jersey para el frío…
-¡Gracias, gracias, muchas gracias a todos! –Decía él.
Cuando llegaron las 6 de la tarde todos se callaron. Lucas tenía oficialmente 129 años. Cogió sus cosas un poco apenado, y, con mucha tristeza se despidió de sus padres, amigos y vecinos. Se alejó río arriba, que según se contaba, atravesaba otro pueblo lleno de fantasmas.
Cuando llevaba una hora caminando, ya no se distinguía el que había sido su hogar durante 129 años y eso hizo que se le escapara una lágrima. De repente, le entró sed y cogió  su cantimplora para llenarla en el río, pero cuando la cogió, para su sorpresa, de ella salió un pequeño ratón translúcido de nariz rosada.
-¡Señor Bigotes!, ¿Eres tú?, ¡Qué alegría! –Dijo, cogiéndolo con las dos manos- Pequeño roedor…Hablar con su mascota siempre le tranquilizaba.
Se puso el ratoncito en su hombro y siguió caminando mientras le contaba a su mascota lo asustado y sólo que se sentía en ese momento.
-¡Vamos papi! –Oyó entonces Lucas
-¡Qué lento eres!
-Voy Leonor, espérame por favor hija, -Le contestó otra voz.
En ese momento el corazón de Lucas se aceleró. ¿Serían vivos? ¡Esperaba que no! se agachó y pudo distinguir dos figuras a lo lejos. Un hombre y una niña. La niña peinada con  trenzas y con un vestido morado y el hombre con pantalones cortos y camisa a rayas.
-¿E-e-están vivos? –Se preguntó Lucas con mucho miedo. Cuando se acercaron un poco más, los pudo ver mejor. El hombre tenía la piel translúcida, lo cual podría pasar por un fantasma, pero la niña en cambio, lucía una piel sonrosada y unos ojos brillantes que para nada parecían de fantasma.
-Hola niño. ¿Qué haces aquí? Le preguntó la niña a Lucas cuando llegó donde se encontraba él.
-Eh, ¿Yo?, yo… ¡Nada! ¿Es-tas viva…? –Le preguntó Lucas temblando.

La niña no contestó, sino que se rió y dijo que se llamaba Leonor.
-¡Papi, mira, he hecho un amigo nuevo! –Gritó la niña al hombre que la acompañaba, señalando a Lucas con el dedo.
-¡Anda que bien! Y lleva un ratoncito, con lo que a ti te gustan… -Dijo el hombre.
-Yo soy Raúl, ¿Vienes con nosotros? Vamos hasta el pueblo que hay en el nacimiento de este río.
Lucas iba a decir que no e irse corriendo, pero Leonor cogió al Señor Bigotes y se lo subió al hombro jugueteando con él y Lucas no estaba dispuesto a perder a su mascota.
“Se valiente, se fuerte” se decía mientras seguía a la niña.
Se hizo de noche y Lucas seguía con aquellos desconocidos. Se sentía confuso porque no cabía duda de que la niña era humana, pero el padre lo desconcertaba. ¿Se habrán dado cuenta de que yo soy un fantasma?
Bueno, creo que tenemos que acampar. –Dijo Raúl. –Sacaré la tienda y los sacos de dormir.
-Yo no tengo saco, así que seguiré mi camino. –Dijo Lucas.
-No te preocupes, llevo tres sacos. –Le contestó Raúl.

-¡Genial! –Respondió Lucas sarcásticamente.
Cuando montaron la tienda, Leonor se acostó en su saco y en seguida se durmió. Lucas, en cambio, se quedó un rato despierto vigilando al Señor Bigotes.
-Señor Raúl… -Dijo. -¿Está despierto?
-Si, ¿Qué quieres, Lucas? –Dijo éste.
-Se que le resultará raro, pero…yo soy un fantasma. –Dijo Lucas.
-¡Ja ja ja! Para nada, yo también soy un fantasma. –Respondió Raúl.
-¿En serio? –Preguntó Lucas asombradísimo.
-En serio chico. ¿No te habías fijado? –Dijo Raúl.
-Si, pero creía que su hija Leonor estaba viva.
Es que Leonor está viva, -Respondió Raúl con un tono bastante más serio.
-¿De verdad? ¡Qué pena! Pero, ¿Cómo es que estás con ella? –Le volvió a preguntar Lucas, que no salía de su asombro.
-¡Es mi hijita y por eso estoy con ella!
-¿Su madre también es fantasma? –Preguntó Lucas intrigado.
-No, su madre está viva. Yo tuve un accidente y me convertí en fantasma. No quería separarme de ellas, así que decidí cuidarlas y quedarme a su lado. Encontramos un pueblo en el que hay muchas familias como la nuestra, conviven fantasmas y humanos sin ningún problema y todos vivimos felices junto a nuestras familias. Además, ¡Nosotros seguimos siendo los mismos! –Gritó Raúl poniéndose en pie.
-Papi… ¿Qué pasa?, ¿Por qué gritas? –Dijo entonces Leonor frotándose los ojos.
Raúl fue a dormirla de nuevo, mientras Lucas pensaba en lo que aquel fantasma le había estado contando.
-¿Sabes, Señor Bigotes? Creo que no tenemos que tener miedo de los vivos. –Le susurró al ratoncito. Este movió la nariz en señal de que tenía sueño y los dos se echaron a dormir.
A la mañana siguiente, Lucas se despertó el primero y esperó a que Raúl y Leonor lo hicieran. Había decidido seguir con ellos hasta llegar al pueblo donde iban.
-Buenos días Leonor, buenos días también a usted Raúl. –Les dijo Lucas cuando abrieron los ojos.
-Buenos días Lucas, ¿Quieres jugar conmigo? –Dijo Leonor.
 -Vale, vamos corriendo a ver quien se cansa antes. –Propuso Lucas.
 
Los tres siguieron su camino después de desayunar y jugar un rato. Lucas descubrió que tenía muchas cosas en común con Leonor, que ésta era un encanto de niña, listísima y con mucha energía. La niña era muy graciosa y divertida. Lucas pasó de tenerle miedo a tomarle cariño y sin darse cuenta, en el transcurso del camino, se convirtieron en grandes amigos.
-Bueno chicos, queda una hora para llegar al pueblo. –Les anunció Raúl.
-¿Y cómo es? –Preguntó Lucas elevándose en el aire.
-Es precioso, ya lo verás. Está rodeado de montañas, mucha vegetación, muchas flores y… ¡Estoy deseando de abrazar a mi mamá!
-Lucas sonrió a la niña y soltó al Señor Bigotes en el suelo para que correteara un rato y así poder jugar con el ratoncito y con Leonor.
Al cabo de un rato ya se distinguía el pueblo. Era grande y realmente hermoso. Las casas todas del mismo color, verde esperanza, estaban colocadas en círculo alrededor de un gran lago y éste se adentraba en una cueva en la que se veían gran cantidad de estalactitas de un brillante color azul eléctrico. El pueblo se veía rodeado de innumerables puntitos de colores que debían de ser flores.
-¡Hala! -Dijo Lucas. –Es lo más bonito que he visto nunca.
Leonor sonrió y se notó que estaba muy orgullosa de su pueblo.
            Subieron por un caminito hecho de arena. Cuando llegaron, Lucas se quedó boquiabierto y no sólo por la hermosura que estaba contemplando, sino porque estaba viendo a muchos fantasmas como él hablando y viviendo junto a humanos como Leonor; y esto le pareció fantástico.
-Es increíble que la convivencia entre humanos y fantasmas sea tan buena, ahora comprendo que no debo de tener miedo porque todos somos iguales. Lo único que nos diferencia es nuestro aspecto exterior y eso no importa. –Dijo Lucas todo emocionado.
Entraron en una pequeña casita y  abrió la puerta una mujer de edad mediana que se parecía mucho a Leonor. ¡Su madre! Les invitó a pasar y después de abrazarse y saludarse, presentaron a Lucas a todos sus amigos y pasaron el día todos juntos.
A la mañana siguiente, Lucas  explicó a Leonor y a su familia que debía irse, que no podía quedarse, pero les dio las gracias por todo lo que le habían enseñado. Lucas los había llegado a querer como a su propia familia.
-¿No te puedes quedar con nosotros? – Replicó Leonor.
-No puedo. –Le respondió Lucas con lágrimas en los ojos. Tengo que seguir mi camino y acabar mi año de aprendizaje.
-¿Cuándo termines te vendrás a vivir aquí, verdad que si? –Le preguntó Leonor con un nudo en la garganta que casi no le salían las palabras, por el temor de que Lucas dijese que no.
-Pues claro que si, estaré encantado de vivir aquí con todos vosotros y traeré a los fantasmas de mi pueblo conmigo para que ellos también puedan convivir sin miedos ni temores como todos vosotros lo hacéis. Pieles translúcidas y pieles sonrosadas.
Y así lo hizo. Y en aquel maravilloso pueblo todos fueron felices y todos comieron perdices.
 
 
                                                                      FIN    

miércoles, 26 de marzo de 2014

ADZE





Gema subió al avión rumbo a África. Nunca había estado allí, y el hecho de ir le hacía sentirse orgullosa, y se la comían los nervios.
Tampoco olvidemos el motivo por el que iba: ella y sus compañeros conocerían a Adze, el chico al que apadrinaban hacía diez años.
Se sentó al lado de Alberto.
-Que emoción.-Dijo Alberto. -¿Cómo crees que será?
Gema se encogió de hombros. Se habían comunicado con Adze mediante cartas, pero nunca lo habían visto personalmente.
-¿Te acuerdas de cómo empezó todo? –Dijo Alberto.
-¿Qué si se acordaba? ¿Claro que se acordaba! De hecho, fue ella y su amiga Eli las que tuvieron la idea de apadrinar a un niño de su edad.
Todo empezó el 27 se octubre del 2004. Gema iba a la peluquería con Eli y su abuela. La abuela de Eli iba a hacerse los rulos y de paso llevaba a las dos niñas para un corte de pelo.
Cuando terminaron, a Eli le llamó la atención que en vez de darle la propina a la peluquera, su abuela la echase en una hucha en la que estaba pegada la foto de un niño.
Enseguida lo comentó con su abuela: -Verás, querida, la peluquera tiene un niño apadrinado, y este dinero, en vez de dárselo a ella, se lo echo en esa hucha, y cuando esté llena, le mandará el dinero al niño que vive en Egipto.
-¿Qué es tener apadrinado a un niño? –Preguntó Gema, atenta a la conversación.
-Es ayudar a un niño o una niña que lo necesita, para que pueda estudiar y de mayor, trabajar. –Respondió la abuela.
Esto les sorprendió mucho a las niñas.
Al día siguiente, en la escuela, Gema y Eli comentaron en clase lo del niño que la peluquera tenía apadrinado. A todos les pareció interesante, ya que la mayoría no sabían lo que era apadrinar a un niño.
-Oye… ¿Y si entre todos apadrinamos a un niño o una niña?
-Propuso Gema.
-Me parece bien, -Dijo el profesor Raúl.- ¿Estáis de acuerdo? Aunque tenéis que ser responsables y ayudarle hasta que sea mayor.
-¡Si!, ¡Será genial! ¡Bien!
-Pues está decidido, apadrinaremos a un niño. –Anunció el profesor. –Todos los meses deberéis esforzaros en poner algo de vuestras pagas.
Y así lo hicimos. Entre todos apadrinamos a un niño de nuestra edad, Adze, y todas las semanas íbamos poniendo dinero en un tarro para mandárselo a Adze.
Terminamos el colegio, pero seguíamos reuniéndonos para echar dinero en un tarro. Además de dinero, le mandábamos material escolar y ropa para él y su familia.
Durante este tiempo, mandábamos cartas y postales; Adze siempre las respondía. Nos contaba cosas como que gracias a nosotros, su hermano pequeño pudo vacunarse, que pudo ir a la escuela, que no tuvo que trabajar tanto como la mayoría de los niños que vivían el su aldea y que compartía el dinero que le mandábamos con otros niños.
Y así hasta el día de hoy, 14 de mayo, del 2014.
Hoy Adze cumple 18 años, y todos le daremos una sorpresa. Habíamos cambiado nuestro viaje de estudios por pasar una semana en la aldea de Adze.
Por fin llegamos. Nos costaba hacernos a la idea de que estábamos en África, en Etiopía. Todo se veía distinto, y estábamos emocionados.
Salimos del aeropuerto y cogimos un autobús para llegar a la aldea donde vivía Adze: Bonko. Era una aldea muy pobre. Las casas eran diminutas, había mucha suciedad, la mayoría de los niños vestían ropas desgastadas y las mujeres llevaban cántaros en la cabeza y en brazos a sus bebés. Pero lo que más me sorprendió era que aún así, eran felices, a ninguna persona allí presente le faltaba una sonrisa. ¡Era increíble!
-Aquí es, dijo el profesor Raúl (que también los había acompañado) señalando una casa pequeña, sin ventanas y con las paredes de barro.
Eli tocó a la puerta. Esperaron unos minutos y salió un niño unos años menor que ellos, de piel bastante clara para ser africano, que llevaba una camiseta y unos pantalones vaqueros un poco grande.    - Hola. Me llamo Falou. ¿Sois los “amigos” de Adze?
Si, somos nosotros. ¿Tú eres su hermano, no? –Dijo Alberto.
- No. Soy su primo. Su hermano está dentro. Pasad.
Entraron dentro de la casa. Apenas había muebles, dos colchones, una mesa y tres taburetes.
En uno de los taburetes se encontraba sentada una mujer alta, con trencitas en el pelo. A su lado, había dos jóvenes, uno de diez u once años. El otro, tendría más o menos nuestra edad, de piel y ojos muy oscuros y con gafas.
La mujer se levantó contenta y nos dio la bienvenida.
-Hola a todos, soy Edée, la madre de Adze. El chico con gafas nos miraba con ojos muy abiertos.
-Sois… ¿Vosotros sois…? –Dijo de pronto. ¿Sois mis “amigos”? –Preguntó, y acto seguido se echó a llorar.
-¡Adze! –Gritó Gema, que fue la primera en abrazarlo.
Los demás se unieron al abrazo, y todos empezaron a llorar y reír a la vez.
-Adze, tenemos un pequeño regalo de cumpleaños para ti.
-Dijo Dora. Y Raúl le tendió una cajita cuidadosamente envuelta en un bonito papel.
Adze, aún con lágrimas en los ojos, la cogió y la sostuvo en sus manos sin saber muy bien que hacer, si abrirla o no. Al final se decidió a abrirla, aunque lo hizo muy despacio, con mucho cuidado.
Al abrirla, se encontró con un móvil de última generación. Por supuesto, Adze no sabía lo que era un móvil, y le tuvieron que explicar que servía para hablar y poder estar siempre que quisieran en contacto.
Se sentaron y hablaron un rato, Adze les contó que iba a ser el profesor de la escuela, y que con el dinero que le mandábamos, su hermano y su primo también estaban estudiando, quería construir un pozo para la gente del poblado.
Al caer la noche, nos fuimos a nuestro hotel.
Esa noche, antes de acostarse, Gema pensó en Adze y en todos los niños que había visto y que necesitaban ayuda.
Pensó que había que hacer algo, y si no se hace pronto, muchos niños y niñas sufrirían, o simplemente no tendrían oportunidades en la vida.
Al día siguiente, después de ver con Adze el hospital, se dio cuenta de a qué quería dedicarse en un futuro, y también se dio cuenta de que con muy poco se puede ayudar mucho.
Entonces decidió junto a sus amigos, crear una ONG ;“ADZE” (Ayuda, Desarrollo y Cooperación para Etiopía) en honor a su querido amigo Adze.



                                                             FIN


lunes, 24 de marzo de 2014

AQUEL HOMBRE TAN EXTRAÑO



-¡Simón a levantarse!, ¡Despierta!-
Simón abrió los ojos y vio a su madre que tiraba de las mantas de su cama:
- Buenos días Simón. Ponte el abrigo que vamos de compras, aprovecharemos que hoy no tienes colegio-.
Simón salió de la cama abrigándose con el chaquetón, guantes, gorro y bufanda y bajó a la cocina. Se bebió la leche y le pegó un mordisco a la tostada. Luego salió con su madre a la calle dispuesto a comprar y a jugar con la nieve, que era lo que más le gustaba.
Nevaba tanto que la nieve casi le llegaba por las rodillas. Aquí, en este pequeño pueblo de 200 habitantes donde vivía Simón con su familia, los inviernos eran muy fríos y nevaba mucho. Por eso, todos los que vivían allí iban muy abrigados.
Su madre y él llegaron a la única tienda que había en el pueblo. Como siempre, allí sentado en la puerta estaba ese señor al que nadie hacía caso, llevaba el pelo largo, rubio y muy despeinado. Su ropa se veía desgastada, pero muy limpia. Daba la sensación de que el abrigo que llevaba le quedaba algo pequeño, y, en lugar de botas, que era lo que en este tiempo se utilizaba, sus pies calzaban unas zapatillas de tela no muy adecuadas para el frío y la nieve de aquel lugar. Pero, lo que más destacaba de este extraño hombre era la tristeza que reflejaba  su rostro. Él siempre iba solo, la única compañía que llevaba era un perro pastor alemán de color café con el que se le veía encariñado.
- Me quedo en la puerta mamá-, dijo Simón. – Prefiero jugar con la nieve mientras tú haces la compra.
La madre de Simón sonrió, le acarició el pelo a su hijo y dejó que se quedara fuera.
Simón se entretuvo haciendo un muñeco de nieve. Unas piedras le sirvieron de ojos y un palo fue lo que utilizó para la nariz.
Cuando acabó, vio que su madre tardaba mucho y empezó a lanzar palos para ver cuanto alejaba. Pero, cuando tiró la primera rama, el pastor alemán que acompañaba a ese hombre tan extraño, salió tras ella y corriendo tras el perro, ese hombre que gritaba palabras en un idioma extranjero.
Cuando el hombre alcanzó al perro, le dijo a Simón: - Chico, por favor, no tires más ramas porque mi perra Kala irá a por ellas y no te dejará tranquilo-.
Simón empezó a charlar con el hombre y a juguetear con la perra y sin darse cuenta, lo estaba bombardeando a preguntas: - ¿De dónde eres?, ¿Qué haces aquí?, ¿Cómo te llamas?...-. El hombre le contó que era ruso, que tenía una familia en su país a la que llevaba sin ver casi dos años, que en Rusia era conductor de autobuses, pero se quedó sin trabajo y vino a España buscando algo, pero no había tenido suerte y ahora estaba sólo: - Bueno, al menos tengo a Kala-, y una leve sonrisa se asomó a sus labios.
- Lo siento muchísimo-. Simón se sacó del bolsillo unas monedas y se las dio a Vladimir que así se llamaba el hombre. - Toma, a lo mejor con esto puedes llamar a tú familia. El hombre las aceptó y le dio las gracias. Luego, se fue a la cabina que había frente a la tienda y Simón pudo ver como Vladimir marcaba un número muy largo, hablaba un idioma muy raro y de repente dos lágrimas lavaron  sus tristes ojos. Entonces, salió la madre de Simón de la tienda, lo cogió de la mano y se marcharon intentando no resbalarse con la nieve.
De camino a su casa, Simón le contó a su madre la historia de Vladimir y le propuso a su madre que lo acogieran con ellos en su casa. -Simón, cariño, eso no es tan fácil, no conocemos de nada a este hombre, no sabemos quien es y lo que me pides no puede ser-.
Simón no protestó ni dijo nada más, pero no se le olvidaba la historia que le había contado ese desconocido. Bueno, ni a Simón ni a su madre porque…esa noche…
-Adiós Simón, adiós querido-. La madre de Simón se despidió de su familia y se montó en un avión con rumbo a Finlandia. Cuando llegó a ese país, no conocía el idioma y nadie le hacia caso.
-¡Disculpe, perdone! ¿Habla alguien español?-. Nadie la entendía, nadie la escuchaba. La madre de Simón intentó buscar trabajo, pero nadie le hacía caso. Estaba angustiada y desesperada. Encontró un perrito al que puso por nombre Tobi y esa era su única compañía. Se vio en la necesidad de pedir dinero, no tenía ropa limpia ni comida, y ni siquiera podía llamar a su familia para saber como estaban.
-¡Aaaah!-. La madre de Simón despertó sudorosa, angustiada y gritando hasta que se dio cuenta de que todo había sido una espantosa pesadilla. Inmediatamente se acordó de Vladimir y comprendió la angustia por la que estaba pasando él sólo. En ese momento decidió que tenía que hacer algo.
A la mañana siguiente fue a trabajar al ayuntamiento, porque ella era concejala en el ayuntamiento de su pueblo, y le explicó al alcalde el problema de Vladimir. Le propuso que como el conductor que llevaba a los niños al colegio se jubilaba muy pronto, podían  contratar a Vladimir que había sido conductor de autobuses en su país.
Al alcalde, al principio, no le gustó mucho la idea, pero la madre de Simón y los demás concejales estaban de acuerdo, ya que en el pueblo nadie sabía conducir autobuses y los niños tenían que ir al colegio. Hicieron una votación y  decidieron darle el puesto de conductor de autobús escolar a Vladimir.
Simón se enteró de la noticia mediante su madre, que fue lo primero que le contó cuando éste llegó del colegio. Casi se le salen los ojos de sus órbitas de la sorpresa, y, sin pensarlo dos veces, cogió el abrigo y salió corriendo en dirección a la tienda donde  solía encontrarse Vladimir.
-¡Vlady, Vlady! –Iba gritando- ¡No te lo vas a creer!
-¡Simón, cariño, ve despacio que te caerás! ¡Y espérame por favor! – gritaba su madre-.
Cuando Simón llegó al lugar donde se encontraba Vladimir, casi no tenía aliento y apenas se comprendía lo que intentaba decir. Vladimir intuía que era algo bueno, pero hasta que no llegó la madre de Simón, éste no se pudo enterar de la noticia. Vladimir  gritó, bailó y lloró, al mismo tiempo, de la alegría que esta noticia le causó y no paró de darle las gracias a Simón, a su madre y al pueblo entero que le dieron la oportunidad de vivir una vida más digna, feliz y con esperanza.

En este pueblo se produjo un ejemplo de solidaridad. Si todos pusiésemos nuestro granito de arena, en el mundo habría menos problemas y todos ganaríamos en felicidad.





FIN









jueves, 13 de marzo de 2014


LA AMAPOLA QUE NUNCA SE PONÍA
ROJA

     Sólo recuerdo un pequeño viaje por los aires, danzando con el viento como una bailarina, luego noté que me posaba sobre un hoyito de arena, y me hundía.
     Tras unos meses durmiendo en la cálida y húmeda tierra, por fin, nací. Era un día soleado, y en el cielo no había nubes. Pero, al mirar abajo, ¡Oh, Dios mío!, vi un campo repleto de amapolas rojas como la sangre.
-Bienvenida, estamos encantados de tenerte aquí.- Me saludó la flor más cercana.
Pasé el día hablando con mis nuevas amigas, estaba deseando que me brotaran pétalos, poder vestirme de rojo como ellas.
    Al día siguiente, me notaba distinta. Todas mis compañeras me miraban extrañadas, me toqué la cabeza, ¡Ya habían nacido mis pétalos! pero… no eran rojos, eran de un amarillo suave y frágil.
     -Pero… ¿Por qué son amarillos?- Pregunté, pero nadie me respondió, pues ninguna amapola quería hablarme, por ser diferente.
     <> Pensé, triste, intentando consolarme, pero, por desgracia, no fue así…
    Pasaron dos semanas, y mis pétalos seguían sin coger un color rojo.
    Hasta que llegó el día en el que empezaron a crecer cerca mías dos amapolas nuevas, que al principio no me hicieron caso, por tener los pétalos distintos a los demás, pero, cuando brotaron sus pétalos eran amarillos, como los míos… ¡como los míos!


    Las amapolas rojas estaban atónitas.
    Nos gastaban bromas pesadas a mí y a las otras dos nuevas amapolas, y nos hacían rabiar, hasta el día en el que paró a descansar una mariposa azul y negra, que se fijó en mí y en las otras dos amapolas amarillas.
    Nos explicó que las amapolas amarillas venimos de la costa, que crecemos en las dunas de la playa, y que seguramente el viento nos arrastró hasta aquí.
    Desde entonces comprendí que yo era tan amapola como las demás, que no importaba que fuese diferente, porque seguía siendo tan hermosa.
    Ahora vivo feliz con las otras dos amapolas, y aunque las demás amapolas rojas siguen sin hablarme, yo estoy ORGULLOSA de mi color.

FIN

  



UN LIBRO QUE PERDIO SUS HOJAS



Érase en una gran biblioteca de un país perdido entre las nubes y la luna. Un libro que vivía en el hueco de la estantería numero cuatrocientos veintiséis con su familia: dos hijitos, que aún no estaban terminados de escribir y su esposa, que era una enorme libro lleno de poemas infantiles.



Este libro (como he dicho) vivía tranquilo hasta que un día, un niño que paseaba por la biblioteca, se fijó en su título y lo cogió. Estaba leyéndolo, imaginando sus historias, viviendo sus aventuras, cuando una señora con un rohete muy alto y de aspecto algo mayor (la bibliotecaria) le dijo al niño:
-         Ya es hora de cerrar. Date prisa.
El niño miró el libro y luego añadió:
-         Me lo llevo. Me gusta mucho y… ¡Me lo llevo!
El libro se asustó. Ya se lo habían llevado otras veces y siempre volvía con su familia, pero siempre pasaba mucho miedo.
Cuando salieron, el niño lo metió en una mochila llena de juegos para la consola y películas y allí estuvo hasta que por fin, después de mucho tiempo, lo sacó, lo cogió y comenzó a hojearlo de nuevo hasta que ¡Ras!
¡Ay, ay! Exclamó el libro. El niño, sin querer, le había arrancado una de sus hojas al intentar pasar de página.
¡Oh, no! Tendré que ir a casa a pegarlo, -El niño lo volvió a meter en la mochila y de camino hacia su casa, al subir una cuesta, el libro se salió de la mochila y se cayó al suelo.
-¡Aaaah! –El pobre libro tuvo que gritar de dolor.
Y ahora… ¿Qué hago yo? –Pensó el libro
Una señora, que paseaba por la calle algo despistada, lo pisó y esto hizo que el pobre perdiera todas sus hojas.
Estuvo tirado en el suelo y deshojado casi dos días.-Pobre de mí, se lamentaba, soy un libro sin páginas, un libro sin aventuras, ya no valgo para nada. Pero, mientras pensaba esto, Esmeralda, una niña de tercero a la que le encantaba leer, pasó por allí y lo encontró.
Lo recogió y se lo llevó a su casa y, al ver que no le quedaban hojas, cogió un folio y comenzó a escribir un cuento sobre una niña pirata que tituló “Luci y el pulpo Malababa”.
Al día siguiente, Esmeralda llevó el libro a la misma biblioteca de donde procedía y le explicó a la bibliotecaria todo lo sucedido.
Nuevamente, el libro fue devuelto a su estantería y siguió junto a sus hijos, que con el tiempo fueron acabados, y junto a su esposa, la de los poemas para niños. Y aquí, arropado por su familia, el libro volvió a sentirse útil y a hacer volar la imaginación de quien lo leía.
  
                                                FIN




EL MAR          

El mar es para mí,
un arpa que suena al aire,
que canta como un colorín,
que suena noche y tarde.

El mar es para mí,
el hogar de los peces,
hogar de aguas mil,
el hogar que tú mereces.

El mar es para mí,
marinero valiente,
dama que canta por ti,
alegre y sonriente.

El mar es para mí,
un soplo de frescura,
que llega sutil,
cálida y pura.